La reforma del sector eléctrico termina de
asfixiar a 30.000 pequeños inversores que buscaban un complemento para su
pensión o los estudios de sus hijos.
La gran ruina solar
No se puede tapar el sol con un dedo, pero es que apenas ven un
rayo de esperanza. “Mi nombre es Baldassare G. G. Voy a cumplir 45 años. Estoy
casado y tengo dos hijos. Soy peluquero y productor fotovoltaico en fase
terminal. Verán por qué”. Con este arranque de terapia de grupo, Baldo, un
peluquero de Alicante en graves apuros económicos, envió hace dos semanas un
correo electrónico a los 350 diputados y 208 senadores de España. Quería contarles
su caso, el de un peluquero que solo debía 19.000 euros al banco hace seis años
y que decidió empeñar sus ahorros y su casa en una minihuerta solar con la que
aspiraba a una jubilación tranquila. Se trataba de poder comprar una caravana
—“como los guiris”— y de ir de aquí para allá con su mujer. Nada excesivo. Su
carta personifica el calvario de 30.000 pequeños inversores en huertos solares
que confiaron sus ahorros a un proyecto garantizado por el Estado que poco a
poco les está dejando en la ruina. Ninguno de los diputados o senadores le ha
contestado. Ni un acuse de recibo.
Baldo creyó que invertir en una minihuerta
solar de 100 kilovatios, suficiente para abastecer de energía a 22 casas,
podría ser un buen complemento a su trabajo en la peluquería familiar. Sus
placas ocupan dos hectáreas de un antiguo viñedo de la sierra de El Carche en
Jumilla (Murcia).
“El sol puede ser suyo”, rezaba una promoción del Ministerio
de Industria de 2005, en la que se garantizaba una rentabilidad de hasta un 14%,
líneas de crédito oficiales y el primer año de carencia, entre otras ventajas
de invertir en energía verde. La realidad ha sido distinta. “Mi rentabilidad
era de un 9%. Llevo seis años sin ver un duro, solamente nos daba para la cuota
de los préstamos. Ya no puedo pagar más, estoy en descubierto”.
El Gobierno, entonces socialista, animó a
la inversión en fotovoltaica divulgando sus múltiples usos. Las instalaciones
se podían conectar a la red y producir electricidad. Otras, aisladas, servirían
para señalización, aplicaciones agrícolas, viviendas. Una intensa campaña de
promoción con el sello del Ministerio de Industria informaba de la capacidad de
las energías limpias para reducir las emisiones de CO2. Su auge ayudaría al
país a cumplir los compromisos adoptados por los protocolos de Kioto para
luchar contra el cambio climático.
Como otros muchos inversores, el peluquero
puso su casa como garantía para obtener un crédito de 540.000 euros que firmó a
medias con un amigo y desde entonces socio. “A mi padre le he dicho mil veces
que fue un loco cuando en 1976 vino desde Suiza con su mujer y tres niños
pequeños a empezar una nueva vida. Resulta que el loco he sido yo”.
Afortunadamente la peluquería familiar se ha quedado fuera de los avales. Es lo
único que le queda.
¿Qué pasó para que esta inversión se
viniera abajo? Varios especialistas coinciden en que el gran error del Gobierno
socialista fue no limitar la potencia fotovoltaica con derecho a prima, la
ayuda que cobran por vender su energía al sector eléctrico. “Creo que los
bancos por los que pasó el plan de viabilidad de mi planta solar se quedaron
una copia para sus clientes preferentes porque en mi zona hay un montón de
instalaciones exactamente iguales a la mía”, sospecha uno de estos pequeños
inversores que pide anonimato. Este afectado asegura que las Administraciones
llegaron a pedirle todo tipo de compensaciones económicas para levantar una
planta muy cerca de Toledo. “Que si acciones compensatorias, hacer algo por la
comunidad, donar 20.000 euros, poner salvapájaros”, detalla. Fue de los
pioneros, planteó su proyecto en 2005. Y pagó la novatada.
La solar creció como la espuma. Desde 2007
a 2010, año en el que empezaron los recortes, la energía fotovoltaica que
recibía primas se multiplicó por cinco, pasó de 53,7 a 313,7 gigawatios hora,
según datos de la Comisión Nacional de Energía (CNE). No tuvieron apenas luna
de miel. Los sacrificios temporales que pidió el ministro Miguel Sebastián
empezaron a descuadrar las cuentas. Alfredo Candela, de 46 años, insiste en que
ellos han firmado un contrato con el Estado. “El PP puso el grito en el cielo
con los primeros recortes, diciendo que se creaba inseguridad jurídica. Ellos
no solo no lo han quitado, sino que lo multiplican por diez”, critica este
empresario que siempre simpatizó con el PP, pero que ahora no puede ni oír
hablar de la formación.
Pertenece a la cuarta generación de las bodegas Barahonda,
que compra la uva a numerosos agricultores murcianos. “¿Cómo pueden tener la
caradura de promocionar la Marca España con las energías renovables como
bandera? ¿Qué inversor se puede meter en esto si a mitad de partido nos cambian
todas las reglas?”, se pregunta. En su inversión, en la que también participó
su hermano, puso todos los ahorros familiares: 120.000 euros. Lleva tres años
añadiendo dinero. Tiene tres hijos, de 6, 8 y 9 años, y contaba con el dinero
de las placas para pagarles la universidad.
En 2010 Sebastián redujo a 25 los años que
les garantizaban las primas —antes se podían percibir durante toda la vida útil
de la instalación—, y ese mismo año bajó también el número de horas de emisión
de energía con derecho a subvención. El primer soponcio con el PP, a finales de
2012, lo protagonizó el impuesto del 7% sobre la generación de electricidad.
Este año, les congelaron la actualización del IPC. Si sus ganancias iniciales
ya habían bajado entre un 30% y un 40%, la reforma del sector energético las
vuelve a bajar a la mitad. Según el decreto principal, las renovables pasarán a
recibir una retribución “razonable”, y que el Gobierno estimará en función de
unos parámetros alambicados que vendrán a suponerles un ingreso de un 7,5%
antes de impuestos.
“Cuando apliquen la reforma energética lo
mejor va a ser dejar el cuerpo muerto y que el banco te lleve”, comenta
Santiago Martínez, agricultor de 53 años. Parco en palabras, Santiago confiesa
una “preocupación total” por su futuro y el de las dos cooperativas de energía
fotovoltaica que ha ayudado a constituir en la localidad murciana de Cieza,
conocida por sus plantaciones de melocotones, nectarinas y albaricoques. Sus
248 socios están en una situación muy similar.
Los agricultores suelen ser bastante planificadores
con el dinero, por eso cuesta creer que 248 de ellos se embarcaran sin
reticencias en préstamos de unos 600.000 euros de media. “Si te dicen que el
Gobierno lo apoya para cumplir los objetivos de reducción de emisiones
protocolo de Kioto, que es una energía limpia, que no contamina, y que además
puede complementar a la pensión de 400 euros que te queda por trabajar en el
campo es difícil que le veas algún inconveniente”, razona Pascual Hortelano, de
51 años. Con chaleco verde de infinitos bolsillos, polo con el cuello
desgastado y vaqueros salpicados de pintura blanca, Hortelano pasea entre las
placas solares del huerto La Serrana. “El primer año no me lo creía, pero tanto
vinieron a explicarnos, que a fuerza de repetirlo y que todo el mundo nos decía
lo mismo, terminé entrando. Nos dijeron que criáramos energía, yo sé un poco de
melocotones, pero creo que esto nos vino grande”, dice. Cieza, de 34.000
habitantes, está especializada en el cultivo de fruta dulce.
Es el municipio con mayor concentración de frutales por metro
cuadrado. Los melocotoneros tienen entre 10 y 15 años de vida útil. Después
comienzan a perder el nivel de producción, los frutos no tienen la misma forma,
la madera de la corteza empieza a tener mal aspecto. Con las placas solares
pasa algo parecido. Tienen unos treinta años de vida útil. Y la inversión
consistía en que el banco se quedara con las primas recibidas del Gobierno los
primeros 15 años, el mismo tiempo que tarda un melocotonero en cumplir su
ciclo, y los 15 siguientes tendrían unos rendimientos de unos 2.500 euros
mensuales. Hortelano, acostumbrado a guardar en la despensa una parte del
dinero de la cosecha, le dio el visto bueno. Su hermano, profesor de
secundaria, le siguió. “Cuando me llama y me dice: ¿has visto lo que ha dicho
el ministro? No sé qué decirle”, confiesa.
El Pais. Con información de Lluís Visa y
Javier Doria.
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